En el apogeo de las competencias automovilísticas peruanas, un hombre se alzó con la corona de las carreteras más desafiantes del país.
Arnaldo Alvarado Degregori, conocido cariñosamente como el Rey de las Curvas, dejó una marca imborrable en la historia del automovilismo peruano al conquistar el corazón y las carreteras de Caminos del Inca en 1967.
El fervor por las carreras, la pasión por los motores y el ronco rugir de su Ford, apodado "El Ladrillo", eran el sello distintivo de este intrépido piloto nacional. Alvarado era un hombre de retos y, antes de Caminos del Inca, ya había dejado su huella en múltiples competencias, ganando prácticamente todas las pruebas nacionales y destacando en el escenario internacional.
En 1966, Arnaldo se aventuró en la primera edición de Caminos del Inca, donde dejó en claro que este sería su nuevo desafío. Ganó en su categoría, Turismo Mejorado Clase “C”, al volante de un Ford Mustang junto a su hijo Oscar. Esa experiencia, recorriendo las imponentes carreteras peruanas, fue crucial para que el Rey de las Curvas se convenciera de que era posible conquistar esta mítica competencia.
El año 1967 marcó un hito en la vida de Arnaldo Alvarado. Volvió a Caminos del Inca con su hijo, nuevamente al mando de su fiel Ford Mustang. Era un coche grande para las angostas rutas, pero la destreza y valentía del Rey de las Curvas lo llevaron al triunfo, a sus 55 años de edad. En plena competencia, Arnaldo celebraba su cumpleaños en Ayacucho, al final de la segunda etapa. Un ejemplo de determinación y pasión que inspiró a todos los amantes del deporte.
El Rey de las Curvas continuó compitiendo en Caminos del Inca hasta 1973, manteniéndose como un protagonista inquebrantable. Se enfrentó a jóvenes pilotos provincianos que emergían con ímpetu, como Teodoro Yangali, Luis Carlessi, Abelardo Caparó, Coco Corbetto, y muchos otros. Arnaldo Alvarado Degregori fue uno de los pocos pilotos afortunados que vivieron la épica de cambiar de volante en diferentes generaciones.
Hoy, la leyenda de Arnaldo Alvarado y su Ford Mustang "El Ladrillo" sigue viva en el corazón de todos los amantes de las carreras. Su tenacidad, pasión y coraje continúan inspirando a generaciones de pilotos, recordándonos que, en el automovilismo, la verdadera grandeza se mide en curvas y victorias. El Rey de las Curvas dejó una huella imborrable en la historia de Caminos del Inca, convirtiéndose en un ícono eterno del automovilismo peruano.
Fuentes: La voz, Museo Nicolini
